La idea de que la enfermedad es una batalla que ganan solo los guerreros más valientes, que las personas “se la autoprovocan” a fuerza de malos hábitos o sentimientos guardados, o que algo de la femineidad y vida sexual se pierde con el cabello o una mama son algunas de las representaciones sociales del cáncer que terminan “incidiendo en el éxito de los tratamientos” porque suman angustias, explicaron especialistas en vísperas del Día Internacional de Lucha contra el Cáncer de Mama.
Por iniciativa de la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada 19 de octubre se celebra mundialmente el Día Internacional de lucha contra el Cáncer de Mama con el objetivo de crear conciencia y promover que cada vez más mujeres accedan a controles, diagnósticos y tratamientos oportunos y efectivos.
“En la psicooncología estamos muy atentos, entre otras cuestiones, a los sistemas de creencias de las y los pacientes, que además nos lleva a mirar el contexto social”, dijo a Télam la docente y psicóloga especializada Fernanda Montaña, coordinadora del área Psicosocial de la Liga Argentina de Lucha contra el cáncer.
Montaña, quien además es vicepresidenta del Comité de Piscooncología de la Asociación Médica Argentina y codirectora de un curso de actualización de la UCA, aseguró que “es importante tener en cuenta estas representaciones porque algunas funcionan como ‘distresores’” o generadores de un estado de angustia y sufrimiento que comprometen seriamente la capacidad de adaptarse a situaciones amenazantes o de mayor exigencia como es atravesar una enfermedad.
“Los distresores pueden terminar incidiendo en el éxito del tratamiento porque no es lo mismo afrontarlo con depresión que adaptativamente”, dijo.
Una necesidad que aparece recurrentemente en las consultas es la necesidad de herramientas para lidiar con “la mirada del otro” cuando los pacientes tienen que volver a transitar lugares habituales con evidentes cambios físicos -como la ausencia de cabello o de una o ambas mamas-.
Otro objetivo clave para la terapia es la asimilación del diagnóstico en una sociedad donde el cáncer sigue siendo “tabú” y, para muchas personas, todavía “sinónimo de muerte”.
“Es una enfermedad temida, e incluso hay quienes no pueden mencionar la palabra hasta avanzado el tiempo porque está muy instalado que cáncer es igual muerte, aunque sepan que la medicina ha avanzado mucho”, dijo.
Otra idea equivocada que “uno trae a la consulta para desarmarlas” es la autoadjudicación del paciente tanto de la “responsabilidad” por la enfermedad como por su superación.
“Está instalado que aquel que tiene un cáncer es porque no ha afrontado correctamente la vida y te dicen ‘yo me hice este cáncer’, algo muy frecuente en caso del cáncer de pulmón. Pero en realidad no hay una sola causa, y si bien hay factores predisponentes, tratamos de correr al paciente de ese lugar de la culpa, de la enfermedad como castigo”, dijo.
“Por otro lado, uno todavía escucha la metáfora bélica del tratamiento como una lucha en la que hay que ser valiente, no bajar los brazos y estar siempre positivo; lo que coloca al paciente en una posición muy difícil porque si llora o se siente triste significa que está luchando poco, o si el tratamiento anduvo mal fue porque no luchó lo suficiente”, explicó.
En el caso del cáncer de mama, las representaciones sociales adquieren una preponderancia especial por tratarse de un órgano al mismo tiempo considerado uno de los más importantes atributos de la belleza femenina, desempeña -además- una función fundamental tanto en relación a la maternidad como al placer sexual.
“Es bastante habitual que, como lo que quieren es sacarse el cáncer, las mujeres acepten una mastectomía sin que aparezca inicialmente la idea de la pérdida o del cambio de la imagen corporal; pero nosotros sabemos que después algo va a ocurrir con eso y nos adelantamos: mientras algunas sienten mucha vergüenza y la viven como una mutilación de la femineidad, otras buscan distinguir esa cicatriz como símbolo de haber atravesado de forma resiliente un proceso muy difícil”, contó.
En ocasiones también sobrevienen preocupaciones respecto “a la reacción de la pareja ante estos cambios”.
En estos casos, los terapeutas “tenemos que traer el tema a la consulta porque algunas pacientes niegan esa posibilidad diciendo ‘¡cómo le voy a preguntar a mi médico qué va a pasar con mi sexualidad si estoy viviendo esta situación!”.
Parte de esas representaciones sociales se pueden delinear e incluso cuantificar con estudios como la reciente Encuesta Nacional de Opinión Pública sobre Cáncer de Mama Fundación Avon, según la cual sólo el 30% de las mujeres de la región reconoce a la mamografía como el método de detección temprana más efectivo, y apenas una de cada 100 sabe que el cáncer de mama puede ser asintomático en sus estadíos iniciales y no presentar signos externos identificables a la vista o al tacto.
El presidente de la Sociedad Argentina de Mastología, Juan Luis Uriburu, explicó que “lo mejor en diagnóstico es la mamografía anual a partir de los 40 años”, que “no previene” la enfermedad, pero al identificar su presencia en etapas más tempranas “permite tratamientos menos agresivos” y elevar las chances de curación “hasta el 95%”.
La mamografía y el autoexamen son hoy un complemento de terapias más complejas.
“La mamografía es de los años ’60, y antes de que se difundiera y estandarizara estimulábamos a las mujeres a realizar el autoexamen. Hoy no es que lo desestimamos, pero decimos que debe ser un complemento, y sí es el método indicado para las mujeres entre los 30 y 40 años, donde estadísticamente es menor la posibilidad de encontrarnos con la enfermedad, y por eso no se pide mamografía”, dijo.
Otros mitos respecto a la mamografía son que “la radiación provoca cáncer de tiroides” -cuando los rayos emitidos equivalen “al 10% de una radiografía de tórax”-, que basta con la ecografía o la resonancia magnética mamaria -todos “métodos complementarios” y menos importantes- o que “si en mi familia no hay antecedentes, estoy a salvo”-cuando “en el 70% de los casos de cáncer no conocemos una causa”, y sólo el 8% se explica por antecedentes genéticos.
También son “mitos” a desterrar “que los antitranspirantes, el corpiño con aro o los anticonceptivos generan cáncer”, o que esta enfermedad “es sinónimo de perder la mama” o de perder el cabello.
“Hoy la gran mayoría de los casos se trata con cirugía, pero conservando la mama. También la quimio mejoró sus medicaciones: ya no se ven los ataques de vómito y hay métodos bastante efectivos para prevenir la caída de cabello como los cascos fríos que se hacen de rutina”, dijo.
Como signo de los tiempos, Uriburu mencionó que se ha empezado a caer el estigma que se cernía sobre las personas con cáncer, permitiendo que se hable del tema y se llegue más temprano al diagnóstico de esta enfermedad cuyo abordaje multidisciplinario ahora incluye a la psicooncología.
“Antes uno era un cirujano que operaba la mama como el útero o la vesícula, luego se hacía la quimio y a arreglarse. Hoy hacemos un abordaje multitudinario donde trabaja el cirujano pero también el mastólogo, el cirujano reconstructivo, el genetista y el psicooncólogo”, dijo.
Tanto Montaña como Uriburu señalaron como un déficit la inexistencia de investigaciones sobre el cáncer de mama en varones trans, y reconocieron que a nivel mundial “nos hemos ocupado muy poco de cómo atender, ayudar y acompañar a las minorías” que también deberían verse interpeladas en las campañas de prevención.